El Botafueiro en acción

El Botafumeiro pesa más de cincuenta kilos, mide metro y medio y alcanza los 68 kilómetros por hora cuando vuela en el transepto y atraviesa el crucero de la Catedral de Santiago. Se menciona, por primera vez, como Turibulum Magnum en una nota marginal añadida al "Códice Calixtino" en el siglo XIV. Pero, sin duda, pudo funcionar mucho antes. Sea como sea, protagoniza una  impactante escena en una novela de 2024 que tiene como personaje central a Gonzalo de Berceo. El poeta del siglo XIII investiga unas misteriosas muertes en Compostela en una trama imaginada por Lorenzo G. Acebedo, anagrama del  patronímico del autor de "Milagros de nuestra Señora", inventado como pseudónimo del escritor o escritores de una primera novela histórica ambientada en Silos  y que ha repetido con esta titulada "La Santa Compaña". 
Gonzalo de Berceo llega a Santiago en compañía, aunque él no lo sepa de inicio, del futuro Alfonso X El Sabio que busca material para las "Cantigas de Santa María". En su primera visita a la Catedral el Botafumeiro ha sido cargado de alguna sustancia alucinógena y se produce un grave suceso letal para el arcediano Simón. Una muerte que es seguida de otras y que el arzobispo, su amigo de la Universidad, Juan Arias, "Gallinato", le pedirá que investigue. 
El monje de San Millán de la Cogolla observa el vuelo del Botafumeiro y percibe algo raro en las resinas que quema. De pronto cree ver que Santiago sale desde la escalerilla que conduce a su sepulcro en la nave central. Pese a que murió decapitado, lleva su cabeza sobre los hombros y los peregrinos gritan ¡Milagro! en múltiples lenguas. El arzobispo se hinca de hinojos y el resto lo imitan. El apóstol cruza el transepto ajeno al vuelo del enorme incensario y se dirige a Simón, el arcediano:

El Santo dos Croques (ya no se le pueden dar cabezazos) o el Maestro Mateo.

"Santiago se inclinó hacia él y le habló al oído, quise creer que con dulzura. Simón asentía, asentía, asentía. Y cuando dejó de asentir, se puso en pie y se dirigió con determinación hacia el crucero, el  punto por donde el botafumeiro pasaba casi a ras de suelo a la velocidad del rayo.
Entonces Simón se arrodilló en su trayectoria, y alzando los brazos y la cabeza a los cielos empezó a cantar henchido de gozo.
El incensario, que había alcanzado su máxima altura en el extremo de la puerta de Platerías, inició su descenso. Simón lo miró de frente y sin corregir su posición lo recibió con los brazos abiertos en señal de bienvenida. Quise pensar que Simón se abrazaría al Botafumeiro y subiría con él mientras el armatoste continuaba su recorrido, y que, en ese breve instante de inmovilidad previo al retorno, Simón se soltaría para caer de pie en el suelo, sano y salvo, con los ojos bien abiertos y enmarcados por sus pestañas femeninas.
Pero no fue así.
El desgarrado grito de terror proferido al unísono por mil gargantas apenas pudo ahogar el sonido brutal del testarazo que le reventó la cabeza. El pobre Simón salió proyectado en parábola como un pelele, parta estamparse, ya cadáver, contra el suelo."
Así comienza la historia. Para conocer el deselance hay que leer el final de "La Santa Compaña", de Lorenzo G. Acebedo, en Tusquets  y seguir a Gonzalo de Berceo en una Compostela dominada por las intrigas eclesiásticas y de poder, e inmersa en un ambiente poco edificante pese a ser uno de los centros religiosos de la Cristiandad.

La tumba del Apóstol bajo el altar de la que sale Santiago, en la novela, gracias a los vapores del botafumeiro

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